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El azar es una divinidad
que siempre ha tenido mala fama:
la llamamos, despectivamente, caprichosa.
Sin embargo, es probable
que tenga sus propias leyes;
lo que pasa es que nadie las conoce,
así que todo nos pilla por sorpresa.
Y qué bueno es que así sea,
que vivamos por desconocimiento,
al albur de un futuro ignorado
y bello como una flor que se resiste
a ser deshojada a destiempo.