El silencio del que escucha;
el del que calla
por
mucho que por fuera esté hablando,
porque
calla para sí;
el
del ignorante,
que no sabe la respuesta.
El silencio impuesto
y
lleno de rabia;
el
de las palabras nunca dichas;
el
del secreto inconfesable;
el
expectante;
el
indebido, que no debería guardar
quien mantiene la boca
cerrada.
El silencio de los enamorados,
que
utilizan las palabras de la mirada,
de
las manos, de la sonrisa;
el
de un matrimonio consumido
por
los años de rutina;
el
de la ausencia
de
la persona que se ama.
El silencio de la noche
y
el de las horas tempranas de domingo;
el
de los lugares sagrados;
el
del fondo de los mares
y
el del alto de la montaña.
El infausto silencio del luto
y
el silencio bajo tierra de los muertos;
el
del lecho del enfermo;
el
que se sucede
tras
los gritos de la tragedia.
El silencio atávico del miedo,
el silencio del que padece en
silencio,
el silencio de estar solo,
el silencio profundo de la
meditación,
el del asceta, que rodea
su silencio de más silencio…
El silencio del que se queda pensando
tras la lectura de estos versos…