Qué sensación,
qué fluido placer
el de la lluvia
que mansamente cae
como gotas de luz
sobre tu rostro,
suavemente limpiándolo
de sucios pensamientos,
de oscuros presagios.
Qué sensación,
qué fluido placer
el de la lluvia
que mansamente cae
como gotas de luz
sobre tu rostro,
suavemente limpiándolo
de sucios pensamientos,
de oscuros presagios.
Lo inconcebible de este mundo
descubre las carencias de nuestra
lucidez.
Como un viento errático,
nuestra razón vaga sin rumbo ni
destino,
dándose encontronazos con las paredes
del álgebra
al que queremos reducir el universo.
Si el más sabio de entre los sabios
sólo fue más consciente de lo poco que
sabía,
de lo incierto de la certeza:
¿cómo osar atrevernos a tener una
opinión definida?
Todo estado de clarividencia exige
dudar
acerca de todo y contrariarse a cada
pensamiento;
quien no duda en lo que dice
no sabe lo que dice.
Así que te declaras incompetente
para tener cualquier tipo de parecer
acerca de cualquier asunto.
Optas por deshabitarte de ideas,
por despoblarte de pensamientos;
abdicas de entender
lo que no se puede entender
y dejas yerma tu inteligencia.
Nada me retuvo.
Me liberé y fui.
(Konstantinos Kavafis)
Con el atractivo fatal de los abismos,
cruzan las palabras
la frontera hacia el silencio.
Porque la poesía dialoga con el
misterio,
caminan hacia lo absolutamente otro,
igual que el barco
no
duda en zarpar hacia la niebla.
Sólo tengo la certidumbre de un corazón
que late y que pronto dejará de latir
(Edmond Jabès)
No es una pesadilla,
pero es real como los sueños.
Empieza a anochecer,
caminas solo por calles
de un lugar que no conoces,
aunque sea en la misma ciudad de
siempre.
De hecho estás más lejos
de donde nunca has estado,
tan lejos que ya no existe manera
de encontrar el camino de vuelta.
El filo de la inquietud crece y amenaza
con cortar el eco de tus pasos,
el temblor al doblar cada esquina,
los latidos de un corazón que duda
entre la última luz o el infinito.
Avanzo sin determinación,
con pies inciertos pero inapelables,
hacia el horizonte de mi futuro.
Y son mis pasos taciturnos,
reticentes del sentido de darlos.
Huérfano del saber para qué,
sonámbulo del insomnio de estar vivo,
voy huyendo en la misma dirección en la
que vivo,
marchando errabundo tras la estela
que me marca el albur, cada vez más
confuso
por la beligerancia con que me trata la
vida,
cada vez más extraviado en este viaje
sin mapas.
Y este caminar hacia ninguna parte
que es siempre caminar hacia el final,
hace irrelevante la pena sufrida.
Pero el trayecto, al parecer, aún
prosigue…
Escribir y no alcanzar
a hacer otra cosa que escribir
y escribir tantas hojas
como días hay en tu vida de papel,
sin saber acaso si romperla
como un poema mal escrito
o esperar a quedarte dormido
sobre la última página.
Acodado en la ventana,
pasan los siglos
aunque ahora parezcan minutos,
mientras las calles
van extraviando rostros
por el laberinto de sus aceras.
Ves la vida a través de tu ventana
y no ves nada: todo
resbala por la superficie de tus ojos
hasta entrar en el olvido en que ya estaba,
paisaje siempre igual
aunque sea diferente:
el sol de ayer, lo mismo
que la lluvia de mañana.
Y qué más da,
si miras con la desidia
de ser tu ventana todas las ventanas,
puesto que todas dan al precipicio
de no entender nada.
Si no te dije nada fue para no
arrepentirme
de mi osadía, por eso no te dije nada;
por eso luego me arrepentí, por no
haberte dicho nada,
por mi cobardía. Palabras que van al
limbo
de las palabras nunca dichas:
a un lado el pensamiento y al otro la
voluntad,
quedando ambos condenados al
distanciamiento perpetuo.
Y es que todo lo que pude conseguir no
sé lo que fue:
nunca estiré los brazos para ver qué
podía alcanzar;
siempre con la carencia de las
decisiones no tomadas,
con el miedo anticipado al fracaso,
mientras los días, inmóviles, corren a
gran velocidad.
Congelado en el fuego de una pasión
extática,
me oculto tras de la noche.
Allí, en el anonimato que ella me
concede,
formulo mis nuevos propósitos, mis
valentías a deshora,
hasta que viene el sueño,
ese hueco entre las determinaciones
nocturnas
y la quimera en que se convierten al
alba:
convicciones vaporosas, voluntades
hechas de niebla
que se disipan a la luz del día.
Y, todo esto, confesiones que no
consuelan
más de lo que dura pensarlas.
Y diría tantas cosas…
Pero me quedo callado,
paralizado entre el miedo y la nada.
Despertar,
y no saber
si continúas dormido;
caminar,
y que parezca
la ilusión de que caminas.
Mundo incierto,
extraña niebla infinita:
¿estás viviendo
un sueño
o estás soñando
la vida?
Contamos con el arte
para que la verdad no nos destruya.
Friedrich Nietzsche.
Nace el hombre ex nihilo
para poner rumbo a la inexistencia,
insignificante punto
en la extensión de un blanco
infinito.
En soledad inabarcable,
todo le es ajeno e imposible,
carente de significado.
¿Cómo algo tan ínfimo como él
puede albergar tanto sufrimiento?
Su dolor es una isla desierta
desde la que el poeta habla con Dios:
es como contarle nada a Nadie...
¿No es eso, al fin y al cabo,
escribir?