Si no te dije nada fue para no
arrepentirme
de mi osadía, por eso no te dije nada;
por eso luego me arrepentí, por no
haberte dicho nada,
por mi cobardía. Palabras que van al
limbo
de las palabras nunca dichas:
a un lado el pensamiento y al otro la
voluntad,
quedando ambos condenados al
distanciamiento perpetuo.
Y es que todo lo que pude conseguir no
sé lo que fue:
nunca estiré los brazos para ver qué
podía alcanzar;
siempre con la carencia de las
decisiones no tomadas,
con el miedo anticipado al fracaso,
mientras los días, inmóviles, corren a
gran velocidad.
Congelado en el fuego de una pasión
extática,
me oculto tras de la noche.
Allí, en el anonimato que ella me
concede,
formulo mis nuevos propósitos, mis
valentías a deshora,
hasta que viene el sueño,
ese hueco entre las determinaciones
nocturnas
y la quimera en que se convierten al
alba:
convicciones vaporosas, voluntades
hechas de niebla
que se disipan a la luz del día.
Y, todo esto, confesiones que no
consuelan
más de lo que dura pensarlas.
Y diría tantas cosas…
Pero me quedo callado,
paralizado entre el miedo y la nada.