Y nos reíamos, nos reíamos con ganas,
al principio.
Pero siempre es lo mismo. Sí, es como
la historia amena
que nos cuentan con demasiada
frecuencia,
la encontramos siempre amena, pero ya
no reímos.
(Samuel Beckett, Final de partida)
Los hechos son claros, casi
sencillos, rotundos.
Vivir es envejecer
y envejecer conlleva pérdidas y
dolor.
No cabe otra posibilidad, no:
nuestra salud empeora
por muchos paliativos que empleemos.
Alguna vez, cuando éramos jóvenes,
creímos en la posibilidad de que todo
fuera una broma;
por eso nos reíamos tanto al
principio,
incluso entre carcajadas,
como quien aplaude una obra de
ficción
en la que nosotros mismos fuéramos
los personajes.
Pero la vida nada entiende de
fantasías,
y mucho menos de bromas.
Que la vida va en serio
uno lo empieza a comprender más
tarde,
cuando la verdad desagradable asoma
y cae en la cuenta de que envejecer y
morir
es el único argumento de la obra
- como escribió Gil de Biedma -,
y que toda coincidencia con la
realidad
es pura fatalidad.
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