Leña seca para quemar, caballo viejo
para cabalgar,
vino añejo para beber, amigos
ancianos para conversar
y libros antiguos para leer. Alfonso
V de Aragón.
Un calendario de no sé qué año
cuelga de estas paredes antiguas.
No importa no saberlo:
el tiempo, que antecede y ha de
continuar
tras el fin del hombre, no nos
pertenece.
Su fluir es irreparable; pero,
por irreparable, no angustioso,
un suceder no trágico de la tragedia.
Dejar de temerlo es comenzar a gozar
la libertad.
A mí nadie me enseñó a hacerlo,
a esperar sin esperar a la vez nada;
de pronto, supe. Supe ser olvido de
mí,
ser como si no fuera, como si no
fuera
más que voluntad de disolución,
de pertenencia al mundo, de arraigo
en nada.
Me empequeñezco y es placentero
sentir la merma de mi equipaje vital.
Es en la desnudez donde se refugia
nuestro latido más íntimo, todo un
canto
alegórico de lo universal: ser
destino
y no ser el destino una condena.
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