Cerrar los ojos
para mirar tan lejos
y sentir el deseo del mundo
de ser más grande que el mundo,
un universo otro
que, donde acabe, no termine;
que, donde termine, continúe…
Duele, duele ver la vida pasar, verla alejarse como un buque entre la niebla
Cerrar los ojos
para mirar tan lejos
y sentir el deseo del mundo
de ser más grande que el mundo,
un universo otro
que, donde acabe, no termine;
que, donde termine, continúe…
Escribir: resolver una nebulosa
interna
(Paul Valéry)
Explorador de tu propio abismo,
desentrañar la oscuridad cerrada,
el silencio de la noche inmensa.
Los ojos dudan, temen, pero,
acostumbrados poco a poco a la
tiniebla,
descubren en ella una luz
insospechada.
Es ahí donde surge el poema.
Apartado de todos los caminos,
borrado de todas las memorias,
sin pensar, sin querer
ni soñar siquiera con querer,
dejar pasar los días sin que nada
pase,
mientras las tardes van cayendo
melancólicamente sobre los tejados.
Pensar que ya nunca
podrás salir
de esta inmensa, terrible
oscuridad
y que de nuevo, al rescate,
aparezcas tú,
toda llena de luz.
Nacemos
y, al nacer,
percibimos la extrañeza del mundo,
como si el
inseguro espacio en el que nos toca vivir
fuera el hueco que
nos legan
quienes se
ausentan, aquellos que se marchan
para que
nosotros ocupemos su lugar
en el terrible
milagro de estar vivos,
de ser mortales
como pena y como consuelo.
Siempre, todavía… te sueño.
Ven a mí,
existe,
aunque sea
para decirme
que en absoluto
existes,
que sólo eres
el sueño
del que se
despierta
a una vida sin
nadie.
Saber
es otra cosa distinta de lo que sabemos,
así que no sabemos
nada. Y no es poco
no saber nada y, aun así, seguir viviendo,
vestidos con la niebla del misterio
y tan desnudos…,
con el corazón al descubierto.