Escribir y no alcanzar
a hacer otra cosa que escribir
y escribir tantas hojas
como días hay en tu vida de papel,
sin saber acaso si romperla
como un poema mal escrito
o esperar a quedarte dormido
sobre la última página.
Duele, duele ver la vida pasar, verla alejarse como un buque entre la niebla
Escribir y no alcanzar
a hacer otra cosa que escribir
y escribir tantas hojas
como días hay en tu vida de papel,
sin saber acaso si romperla
como un poema mal escrito
o esperar a quedarte dormido
sobre la última página.
Acodado en la ventana,
pasan los siglos
aunque ahora parezcan minutos,
mientras las calles
van extraviando rostros
por el laberinto de sus aceras.
Ves la vida a través de tu ventana
y no ves nada: todo
resbala por la superficie de tus ojos
hasta entrar en el olvido en que ya estaba,
paisaje siempre igual
aunque sea diferente:
el sol de ayer, lo mismo
que la lluvia de mañana.
Y qué más da,
si miras con la desidia
de ser tu ventana todas las ventanas,
puesto que todas dan al precipicio
de no entender nada.
Si no te dije nada fue para no
arrepentirme
de mi osadía, por eso no te dije nada;
por eso luego me arrepentí, por no
haberte dicho nada,
por mi cobardía. Palabras que van al
limbo
de las palabras nunca dichas:
a un lado el pensamiento y al otro la
voluntad,
quedando ambos condenados al
distanciamiento perpetuo.
Y es que todo lo que pude conseguir no
sé lo que fue:
nunca estiré los brazos para ver qué
podía alcanzar;
siempre con la carencia de las
decisiones no tomadas,
con el miedo anticipado al fracaso,
mientras los días, inmóviles, corren a
gran velocidad.
Congelado en el fuego de una pasión
extática,
me oculto tras de la noche.
Allí, en el anonimato que ella me
concede,
formulo mis nuevos propósitos, mis
valentías a deshora,
hasta que viene el sueño,
ese hueco entre las determinaciones
nocturnas
y la quimera en que se convierten al
alba:
convicciones vaporosas, voluntades
hechas de niebla
que se disipan a la luz del día.
Y, todo esto, confesiones que no
consuelan
más de lo que dura pensarlas.
Y diría tantas cosas…
Pero me quedo callado,
paralizado entre el miedo y la nada.
Despertar,
y no saber
si continúas dormido;
caminar,
y que parezca
la ilusión de que caminas.
Mundo incierto,
extraña niebla infinita:
¿estás viviendo
un sueño
o estás soñando
la vida?
Contamos con el arte
para que la verdad no nos destruya.
Friedrich Nietzsche.
Nace el hombre ex nihilo
para poner rumbo a la inexistencia,
insignificante punto
en la extensión de un blanco
infinito.
En soledad inabarcable,
todo le es ajeno e imposible,
carente de significado.
¿Cómo algo tan ínfimo como él
puede albergar tanto sufrimiento?
Su dolor es una isla desierta
desde la que el poeta habla con Dios:
es como contarle nada a Nadie...
¿No es eso, al fin y al cabo,
escribir?
“Es bonito no saber nada el uno del
otro”.
Marlon Brando a María Schneider
en El último tango en París.
Miras el mar con la pasión
con la que amarías a una mujer
desconocida.
Te alejas de lo sólido, de la tierra
firme,
para adentrarte en su universo
líquido,
allí donde las certidumbres pierden
consistencia
mientras la imaginación suelta toda
posible atadura.
Nada atrae más que el misterio,
que alimenta el deseo por la belleza
de lo oculto.
Por eso miras el mar,
porque es bonito no saber nada de él
y saber, sin embargo, lo mucho que
esconde,
igual que un poema sugiere tantas
cosas
sin tener que decirlas en sus
palabras.
Llueve en la ciudad
y, en el interior de tu alma, la
lluvia
deslíe las palabras de tus versos:
escribes como en sueños
o quizá sueñes que escribes poemas.
Y, en ese estado de subconciencia,
llueve y sigue lloviendo
sobre el espacio y el tiempo:
demasiados sueños
como para poder dormir,
demasiado sueño
como para estar despierto…
Si en realidad durmieras,
¿quién podría asegurar que no escribieras?