Parar un momento, concederse al
instante,
dejarse arrastrar por cualquier minucia
sin urgencia alguna por encontrar en
ella
una certidumbre, una certeza.
Sentarse, por ejemplo, frente al mar,
seguir el devenir de cada ola,
olvidarse en beneficio del transcurso
mientras las horas ocurren lentas
y la tarde arraiga cuanto calla.
Es una discreta invitación
a entrar en un tiempo distinto,
un lujo de la poesía simple de las
cosas,
la continuidad de su todo inacabable.