Es en la desdicha misma donde
resplandece
la misericordia de Dios, en lo más
hondo de ella,
en el centro de su amargura
inconsolable.
Simone Weil.
Ese momento en que se advierte
que la existencia sólo adquiere
sentido,
como si no fuera una tragedia,
a través del dolor,
a condición de no dejarse abatir por
él.
Porque si se permanece en ese punto
sin dejar de insistir,
se acaba por tocar algo
que ya no es la desdicha,
que es el inicio de una nueva,
trascendente
y hasta entonces incógnita realidad.