Transita el mundo por el cristal de
mi ventana,
más deprisa cuanto más cercano
y el horizonte casi estático:
viajo en tren.
El último rayo de sol me hace cerrar
los ojos
colmados de paisaje
y, en pleno transcurrir del traqueteo
metálico,
me sustraigo del mundo
para imaginar que viajo en una
locomotora perdida
en la jurisdicción del vasto cosmos,
sorteando estrellas y planetas.
Al abrir los ojos, la negrura
ya está instalada en el cristal
y me cuesta rehacer las conexiones
con la realidad:
luces que parecen siderales
resplandecen imprecisas en el agujero
de la noche.
La desaceleración del tren
ilumina la entrada a una estación
fantasma,
que me sume en nuevas fantasías…