Te educan para ser alguien en la
vida,
para dotarte de ciertas habilidades
necesarias
para encajar en la gran fábrica del
mundo,
adoctrinándonos según esa idea
determinada de éxito
que consiste en el triunfo
profesional, en una vida de familia
razonable y cabal, trabajo estable y
sueldo fijo;
idea que a mí, concretamente, me
condujo a la facultad de periodismo.
Allí, mientras aprendía aquello de
los factores de comunicación,
conceptos tales como emisor,
receptor, canal, código y mensaje,
paseaba mi tristeza por todas las
aulas, sorteaba
mis agudas crisis de ansiedad y
soñaba, romántico y rebelde,
con una sed de otra vida
inalcanzable, seductora.
Terminada la carrera y tras varios
años deambulando
sin rumbo ni destino por empleos
absurdos y ocupaciones sin interés,
sintiéndome culpable sin saber cuál
era el delito cometido,
la poesía me salvó de la desesperanza
de estar atado a la vida humana
frecuentada.
Hoy, preso en las palabras, conozco lo que es la libertad.