martes, 2 de octubre de 2018

Poema inacabado



William Blake fue capaz,
desplegando su ser hacia otro orden,
más allá de la razón,
a través de la luz mística de la poesía,
de vislumbrar el mundo entero
en una flor. Y es que cualquier cosa
es sólo una cosa, pero también,
y sobre todo, mucho más,
un absoluto inmanente que concentra
lo uno y lo múltiple, el centro y las periferias,
igual que los océanos son en realidad
un solo y universal océano,
conectado por sus corrientes marinas.
Hay una pasarela, un flujo interminable,
un diálogo constante entre la infinitud
y nuestro yo finito, entre nuestra conciencia interior
y la conciencia de ese dios indiscernible de la Naturaleza.
“Pasan vientos como pájaros,
pájaros igual que flores,
flores soles y lunas, lunas soles como yo,
como almas, como cuerpos,
cuerpos como la muerte y la resurrección;
como dioses”, escribe Juan Ramón Jiménez.
Hay un milagro sucesivo, una eternidad
siempre viva que hace habitar a cada instante
en su cenit, convirtiendo el pasado
- aparentemente inmóvil -, y el futuro
- aún inexistente -, en un luminoso presente
inconcluso, como el poema que lo escribe
y que, al hacerlo, no cesa de estar todavía
y para siempre inacabado.