Nací un seis de marzo
(un día que dura ya treinta y siete
años)
después de muchos siglos
(no sé cuántos o si infinitos)
de estar muerto.
Fui creado por Dios
para después darme las armas
de mi propia destrucción.
La conciencia de estar vivo
sólo en mi conciencia
me empujó a convertirme en el
explorador
de las profundidades que hay en mí.
Fui palpando,
con las manos suicidas de mi
inteligencia,
espacios que estaban fuera
del límite de la cordura.
Hoy os habla mi voz
desde el otro lado del muro
que alzaron las horas
entre vivir y estar vivo,
perdido como sigo
en el laberinto que he hecho de mí.
Equilibrista de no sé qué metafísica,
continúo cruzando, con los ojos
cerrados,
la cuerda floja de mi abismo…