El poema perfecto tal vez no exista.
Pero a veces, en el desorden casual
del mundo,
te aproximas a eso que se parece
a lo que intentabas decir, y te
estremeces.
Ese vértigo propio es el lujo
más deslumbrante a tu alcance.
Como si anduvieras a tientas,
de pronto se enciende una luz
interior:
nada cambia por fuera, pero
todo lo ves distinto, y eso te
transforma,
te envuelve en un regazo de ensueño,
te acaricia con mano invisible,
iluminando la experiencia de tu
mortalidad.
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